jueves, 22 de septiembre de 2016

"LA HUARANGUILLA" - Cuento de Arturo García





Mito popular del pueblo tradicional de Huaranguillo en el distrito de Sachaca, sobre las travesuras de las brujas, con personajes ficticios basados en relatos originales contados por los antiguos pobladores.

—¡Hola!, ¿bailamos? —dijo el joven Pablo a la hermosa muchacha a quien quería sacar a bailar en una fiesta de carnavales.
Era 1960 y sonaba en la popular Radiola de Huaranguillo el famoso tema de rock and roll: “La Plaga”. Todos buscaban algún motivo para ir a bailar este contagiante ritmo de moda que se apoderó de la juventud en Arequipa de aquella época.
El club “Los Wander's” entonces organizó un gran baile de carnavales en su local social, hasta donde llegó, desde el archirrival pueblo de Sachaca, el entonces arquero del “Unión Sachaca”, Pablo Carpio, conocido como el “Loco”.
“Agua y aceite” era la frase que describía, de un solo brochazo, la milenaria bronca entre los dos pueblos vecinos. Hasta entonces jamás se oyó decir que un sachaca y una huaranguilla o un huaranguillo y una sachaca pudieran enamorarse. Si esto sucedía es porque iba a parir la mula,  el gallo iba a poner un huevo o iba a volar el viejo “Brujo Mayor de Huaranguillo”.
Esta ancestral animadversión se remonta, pues, a los tiempos inmemoriales en que aún no existía el pueblo de Sachaca, que entonces era un cerro árido plagado de “ccorotillas”, “sancayos”, tunales, muchas lagartijas y arena blanca adosada al cerro como una sábana que hacía ver, como si fueran fantasmas, a los irregulares y escarpados carrascales que había por doquier. Era el aeropuerto de las brujas de Huaranguillo. Cuentan que allí las hechiceras mujeres, montadas en escobas, que venían en bandadas como murciélagos, utilizaban los arenales como pista de aterrizaje, donde se estrellaban y detenían su vuelo, luego de lo cual se pasaban largas tardes, como gallinazos, calentándose a la luz de los últimos rayos del sol, antes de “huaccaccar”. Allí también era el punto de encuentro con las brujas de otras comarcas, como las que venían de Huairondo, Huacucharra o hasta de la lejana Huancarqui.
Todo eso anduvo bien hasta que un día, dicen que un grupo de brujas se revelaron y se quedaron a poblar las faldas del cerro, construyendo allí sus picanterías. A ellas se les reconocía porque la que tenía un huarango en su patio era porque era bruja. Se hicieron tan populares estas picanterías que inclusive una de las calles terminó por llamarse la calle de Los Huarangos —hoy calle Independencia—, donde estaban las más afamadas brujas de Sachaca, que se apoderaron de los arenales donde no dejaban que aterricen las huaranguillas. Por las tardes subían a la cima del cerro y a pedradas las hacían “huaccaccar” para que se vayan, agarrándose en muchas ocasiones a escobazos o con palos de hugarango. Se juraron odio eterno. Desde entonces cualquiera que fuera de un pueblo a otro era correteado a pedradas. Esta bronca aún hoy existe después de varias centurias. Por ejemplo, cada vez que los dos equipos de fútbol rivales juegan el clásico Unión vs Wander's las batallas campales son de esperarse a la hora del partido y después de éste, gane quien gane.
—¡Bailamos! —dijo nuevamente el “loco”, agarrándole la mano a Yolita Begazo, hermana del “Concho”, el capitán del Wander's, cosa que despertó la repentina mirada de todos los presentes. Pero era una fiesta y la música se encargaba de apaciguar los ánimos.
—“¡Ahí viene la plaga, me gusta bailar, y cuando está rocanroleando es la reina del lugar…!” —sonaba la radiola que la habían alquilado para la fantástica fiesta de antifaces, serpentinas, chisguetes perfumados, confites y mucho polvo.
Yolita Begazo, un poco moderada al comienzo, se contagió de la alegría y salió a bailar con Pablito Carpio. Desde entonces, las miradas de los jóvenes del barrio se hicieron cada vez más iracundas, disipadas sólo, de rato en rato, por las miradas de otras huaranguillas que salían a bailar con ellos. Pablito se sentía seguro porque cerca de la puerta se hallaba su pandilla de amigos que se escudaban en el “Rolo”, una especie de Fonzzie arequipeño, que con seguridad los defendería si se caldeaban los ánimos.
La noche avanzó alegremente y pasaron largas horas sin que alguien quisiera irse a dormir, mientras la luna seguía iluminando Huaranguillo como hace cien años. En el local social del Wander's aún seguía la fiesta y el loco Pablito no soltaba a Yolita, quienes no se habían despegado desde el primer baile.
—¿Qué diablos conversan tanto? —decían los chicos huaranguillos mirando a la inusual pareja, mientras la espumante cerveza empezaba a hacer sus efectos.
Sonó entonces otra vieja canción de amor que terminó por encender la chispa:
—“¡Tú cabeza en mi hombro…!” —la popular canción de Paul Anka cantada por Enrique Guzmán. 
Pablito acababa de sacarle plan a la hermosa huaranguilla, cuando un joven, obviamente celoso, se acercó a la pareja y le dijo a la chica sin el menor reparo:
—¡Tan ciega eres que no te das cuenta de la cara de monstruo que tiene este burro!
—¡Punnn! —sonó el puñetazo que le propinó Pablito al borracho, quien cayó sobre una silla haciéndola trizas.
Después de eso, la sangre enardecida de los Montescos y los Capuletos, o más bien, sachacas y huaranguillos, afloró como en luna llena, convirtiéndose la fiesta en un rin de box que se extendió hasta la calle y hacia todos lados, sacándose el ancho burros y brujos en una trifulca que sólo pudo terminar en la chacra del Maravillas, donde, por fin, se separaron los dos bandos, casi al bordear las tres de la mañana.
—¡Te dije, Pablito!, ¡no te metas con la huaranguilla, esos cojudos son unos malditos pendencieros! —decían el Mocho y el Chuzo, que venía con la camisa toda raída y ensangrentada.
La pandilla de Sachaca estaba formada por siete amigos que se fueron distanciando, tomando cada uno un rumbo diferente. Pero atrás se quedaron el “loco” Pablito con el Lucho Portugal, que traía una botella de trago y que decidieron terminar de tomar sentados en una puente de sillar en la acequia que va a Huaranguillo. Hubieron conversado, cantado y reído por media hora, cuando de pronto Lucho dijo casi entre dientes:
—¡Mira!, ¡mira!, ¡una chanchita!
Los dos se levantaron y caminando a hurtadillas se acercaron a un “ccallaccas” donde estaba hociqueando la “cuchecita”. Haciéndose señas entre los dos, decidieron saltar para pescarla, pero la chanchita corrió ligeramente metiéndose entre los sauces, para luego atravesar un cebollar y perderse finalmente en un inmenso alfalfar donde ambos amigos se tuvieron que separar para encontrarla.
Pablito sigiloso, después de caminar sin hacer ruido, la vio comiendo alfalfa ya casi cerca de un maizal. Sagas, tal y como él se caracterizaba en el Unión Sachaca cuando tapaba la pelota en el arco, cogió la casaca en sus manos y se lanzó en una volada que terminó por capturar —cual balón de fútbol— a la chanchita que, de pronto, se hizo más grande y larga, y que se movía como una sirena que quería escapar.
—¿¡Queeé!? —dijo impresionado Pablito, tirándose hacia atrás, cuando destapó a la chanchita.
Era la hermosa Yolita Begazo totalmente “desnuda”.
—¡Tápame!, ¡tápame, por favor!, —decía Yolita mientras se acurrucaba de frío.
El loco Pablito, enmudecido por la impresión, la abrazó con su casaca, preocupado por el fuerte frío que hacía.
—¡Excelente! —gritó el Lucho, que salía de la oscuridad y aparecía a la carrera frente a Pablito, a quien encontró que estaba con la presa envuelta en la casaca negra.
—¡La atrapaste! —volvió a gritar emocionado.
Pero como Pablito sabía que era Yolita, y al notar que gruñía fuertemente, la soltó con la intención de que se vaya, lo que enojó grandemente a Lucho.
—¡Eres un imbécil! —dijo Lucho mientras la chanchita se metía al maizal— ¡Si ya la tenías!, ¿por qué no la agarraste bien?
Los dos amigos regresaron sin pena ni gloria a Sachaca completamente mudos: Lucho, molesto porque hubiera querido “embernarla” para comérsela; y Pablito, feliz por haber liberado a su amada Yolita, a quien descubrió que era una hermosa brujita —al igual que Samantha de “Hechizada”— y además la pudo ver desnuda como Dios la trajo al mundo.
El loco Pablo, arquero del Unión Sachaca, durmió el resto de aquella hermosa noche con la sonrisa más grande que jamás tuvo.
Fue un sábado de verano en que Yolita tenía que venir a la ansiada cita que concertaron en aquella fiesta de carnavales y que se llevaría a cabo en el estanque a las dos de la tarde. Pablito llegó una hora antes y estaba convencido de que la huaranguilla jamás llegaría, quizás abochornada por el incidente del alfalfar, y por ello sólo quiso cumplir, aunque no dejaba de pensar en ella. Estaba perdidamente hechizado.
Pasó media hora de que no llegaba y, ya cansado de estar sentado en un tronco de eucalipto, Pablito decidió retornar a Sachaca por el camino de Pampa de Camarones, cuando a lo lejos escuchó un grito que le susurró dulcemente a los oídos:
—¡Pablitooo! —era Yolita, aquella misma sirena que abrazó en el alfalfar
Al voltear se encandilaron sus ojos. Venía con un vestido rojo muy bonito y un saco blanco.
Pablito se quedó inmóvil y sólo pudo mover la mano y hacerle señas. Pronto la tenía frente a él.
—¡Hola!, ¿bailamos? —dijo bromeando con una coqueta voz que derritió a Pablito.
Los dos, enamorados, caminaron de la mano en una hermosa tarde, subiendo y bajando lentamente por las calles de Pampa de Camarones. Hablaron de todo: de los carnavales, de la noche del baile, de la bronca, pero ninguno de los dos tocó el tema del alfalfar, por lo menos Pablito así lo creía.
Yolita quería saberlo todo:
—Te he visto tapar en el Unión Sachaca y me gusta cómo lo haces. Eres mi ídolo —dijo Yolita mientras lo abrazaba de la cintura.
Pablito, en cambio, enamorado como un loco y hechizado de su sonrisa, le hablaba de muchas cosas, pero sin poder evitar, en todo momento, desnudarla con la mirada.
—Quiero verte todos los días —dijo Pablito.
—Yo también —contestó Yolita— pero menos los “martes” y “viernes”.
—¿Por qué? —replicó Pablito.
—Vienen mis tías de Huacucharra y no puedo salir.
Pablito comprendió, pero se quedó con la duda. Así caminaron de regreso hasta Huaranguillo donde Yolita le señaló la casa donde vivía y se despidieron.
Pablito esperó a que su amor hechicero abra su puerta y entre, para retirarse.
Así pasaron algunos meses hasta que, intrigado por la constante ausencia de Yolita los “martes” y “viernes”, decidió indagar un día de octubre por la noche en que, al bordear las doce, el “loco” Pablito se aproximó a dicha casa por el patio trasero.
Era raro caminar por allí. Había una pequeña huerta en la que aparecían, hacia la calle, varios árboles, principalmente molles, huarangos e higos. Trepó la pared de adobe y pronto estuvo dentro.
—¡Mierda! ¿qué está pasando? —dijo Pablito al distinguir el interior de la huerta.
Había seis mujeres hermosas, entre ellas Yolita, que, desnudas totalmente, bailaban alrededor de una fogata un baile cadencioso y sensual que se asemejaba a una danza “sioux”. De un pomo brillante extrajeron, cada una, una crema que se untaron en todo el cuerpo, luego de lo cual se montaron en sus escobas y tras encenderse una vela —como en la danza del Alcatraz— gritaban una frase que las hacía impulsarse hacia los aires:
—¡¡¡Con el diablo y Santa Cachucha a huaccaccáaar…!!! —y salían, una tras otra, volando sobre su escoba.
Pablito sorprendido, más que asustado, al ver que ya habían despegado las seis mujeres hermosas, ingresó a la huerta y corrió a coger el frasco con la extraña crema. Se encalató, se untó la piel, tal y como lo hicieron ellas y, tras montarse en un palo y prenderse con un carboncillo, salió disparado hacia los aires. Pablito gritó de emoción:
—¡¡¡A huaccaccáaar! —y despegó.
Su vuelo duró como cinco minutos en los que podía ver, desde el cielo estrellado, las calles, los corrales, algunas casas, la plaza de Sachaca y el río. No sentía frío, más bien sí una gran placidez, como la de un sueño profundo.
Pronto se acabaría el viaje, pues el palo empezó a caer velozmente, precipitándose sobre un arenal donde se estrelló y se enterró en la arena. Al incorporarse pudo distinguir, a unos treinta metros de él, cómo en una pequeña explanada, las seis mujeres seguían bailando, pero esta vez en torno a un hombre de color rojo, con cachos y horquilla. Era el diablo que se banqueteaba deificado por las hermosas doncellas —las brujas de Huaranguillo— que danzaban cantando:
—¡Qué rico está!, ¡qué rico está!, …
Un olor a azufre se sentía por doquier. Pablito, ahogado por el fétido hedor, no pudo evitar echar un grito de asco:
—¡Aggg…!, ¡pofff…!
Todos voltearon a mirar hacia el loco Pablito: El diablo se desvaneció rápidamente, las brujas alzaron en vuelo gritando:
—¡¡¡Con el diablo y Santa Cachucha a huaccaccáaaar!!!
Todos desaparecieron en un santiamén, menos Pablito que se quedó profundamente dormido y tapado con un pellejo que se encontró cerca de un estanque.
Al otro día —miércoles—, cuando el sol rebuznó rápidamente, dos chacareros de la Pampa del Cusco, a una legua de Huaranguillo, encontraron a Pablito, calato y tiritando de frío, en un arenal cerca del estanque de Huacucharra, insólitamente abrazado de un pestilente burro muerto que lo abrigó toda la noche y lo salvó de morir con pulmonía.
Nadie se explica hasta hoy, ni el mismo Pablito, cómo diablos llegó hasta allí el “loco”, el arquero del Unión Sachaca, que un día se fue a Huaranguillo a espiar a su enamorada y terminó calato en el arenal de Huacucharra.
Como colofón de esta ilusa historia, ahora sí se entiende claramente el porqué el “Brujo Mayor de Huaranguillo” dice que “los Norteamericanos no fueron los primeros que llegaron a la luna, sino que fueron las Huaranguillas quienes ya antes estuvieron allí”.

Arturo García, 1987

5 comentarios:

  1. Buen cuento me gustaría leer otras narraciones similares

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  2. Siempre había oído hablar de las brujas de Huaranguillo pero nunca leí una historia así...A de ser cierto....

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  3. Arturo Garcia magnifico exponente de la musica y tradiciones de Sachaca y mejor pue de Huaranguillo en donde ahora existen brujitas ultimo modelo Tambien es gran interprete de la Musica de mi padre BENIGNO BALLON FARFAN , que la escuchaba en audiciones de Radio SanMartin , espero que vuelvan estas audiciones de Gran Sintonia Hasta pronto soy su amigo Reynaldo Ballon Medina

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