Mito popular del pueblo
tradicional de Huaranguillo en el distrito de Sachaca, sobre las travesuras de
las brujas, con personajes ficticios basados en relatos originales contados por
los antiguos pobladores.
—¡Hola!, ¿bailamos? —dijo el
joven Pablo a la hermosa muchacha a quien quería sacar a bailar en una fiesta
de carnavales.
Era 1960 y sonaba en la popular
Radiola de Huaranguillo el famoso tema de rock and roll: “La Plaga”. Todos
buscaban algún motivo para ir a bailar este contagiante ritmo de moda que se
apoderó de la juventud en Arequipa de aquella época.
El club “Los Wander's”
entonces organizó un gran baile de carnavales en su local social, hasta donde
llegó, desde el archirrival pueblo de Sachaca, el entonces arquero del “Unión
Sachaca”, Pablo Carpio, conocido como el “Loco”.
“Agua y aceite” era la frase
que describía, de un solo brochazo, la milenaria bronca entre los dos pueblos
vecinos. Hasta entonces jamás se oyó decir que un sachaca y una huaranguilla o
un huaranguillo y una sachaca pudieran enamorarse. Si esto sucedía es porque
iba a parir la mula, el gallo iba a
poner un huevo o iba a volar el viejo “Brujo Mayor de Huaranguillo”.
Esta ancestral animadversión
se remonta, pues, a los tiempos inmemoriales en que aún no existía el pueblo de
Sachaca, que entonces era un cerro árido plagado de “ccorotillas”, “sancayos”,
tunales, muchas lagartijas y arena blanca adosada al cerro como una sábana que
hacía ver, como si fueran fantasmas, a los irregulares y escarpados carrascales
que había por doquier. Era el aeropuerto de las brujas de Huaranguillo. Cuentan
que allí las hechiceras mujeres, montadas en escobas, que venían en bandadas
como murciélagos, utilizaban los arenales como pista de aterrizaje, donde se
estrellaban y detenían su vuelo, luego de lo cual se pasaban largas tardes,
como gallinazos, calentándose a la luz de los últimos rayos del sol, antes de
“huaccaccar”. Allí también era el punto de encuentro con las brujas de otras
comarcas, como las que venían de Huairondo, Huacucharra o hasta de la lejana
Huancarqui.
Todo eso anduvo bien hasta que
un día, dicen que un grupo de brujas se revelaron y se quedaron a poblar las
faldas del cerro, construyendo allí sus picanterías. A ellas se les reconocía
porque la que tenía un huarango en su patio era porque era bruja. Se hicieron
tan populares estas picanterías que inclusive una de las calles terminó por
llamarse la calle de Los Huarangos —hoy calle Independencia—, donde estaban las
más afamadas brujas de Sachaca, que se apoderaron de los arenales donde no
dejaban que aterricen las huaranguillas. Por las tardes subían a la cima del
cerro y a pedradas las hacían “huaccaccar” para que se vayan, agarrándose en
muchas ocasiones a escobazos o con palos de hugarango. Se juraron odio eterno.
Desde entonces cualquiera que fuera de un pueblo a otro era correteado a
pedradas. Esta bronca aún hoy existe después de varias centurias. Por ejemplo,
cada vez que los dos equipos de fútbol rivales juegan el clásico Unión vs Wander's
las batallas campales son de esperarse a la hora del partido y después de éste,
gane quien gane.
—¡Bailamos! —dijo nuevamente
el “loco”, agarrándole la mano a Yolita Begazo, hermana del “Concho”, el
capitán del Wander's, cosa que despertó la repentina mirada de todos los
presentes. Pero era una fiesta y la música se encargaba de apaciguar los
ánimos.
—“¡Ahí viene la plaga, me gusta bailar, y cuando está rocanroleando es la
reina del lugar…!” —sonaba la radiola que la habían alquilado para la
fantástica fiesta de antifaces, serpentinas, chisguetes perfumados, confites y
mucho polvo.
Yolita Begazo, un poco
moderada al comienzo, se contagió de la alegría y salió a bailar con Pablito
Carpio. Desde entonces, las miradas de los jóvenes del barrio se hicieron cada
vez más iracundas, disipadas sólo, de rato en rato, por las miradas de otras
huaranguillas que salían a bailar con ellos. Pablito se sentía seguro porque
cerca de la puerta se hallaba su pandilla de amigos que se escudaban en el “Rolo”,
una especie de Fonzzie arequipeño, que con seguridad los defendería si se
caldeaban los ánimos.
La noche avanzó alegremente y
pasaron largas horas sin que alguien quisiera irse a dormir, mientras la luna
seguía iluminando Huaranguillo como hace cien años. En el local social del
Wander's aún seguía la fiesta y el loco Pablito no soltaba a Yolita, quienes no
se habían despegado desde el primer baile.
—¿Qué diablos conversan tanto?
—decían los chicos huaranguillos mirando a la inusual pareja, mientras la
espumante cerveza empezaba a hacer sus efectos.
Sonó entonces otra vieja canción
de amor que terminó por encender la chispa:
—“¡Tú cabeza en mi hombro…!” —la popular canción de Paul Anka cantada
por Enrique Guzmán.
Pablito acababa de sacarle
plan a la hermosa huaranguilla, cuando un joven, obviamente celoso, se acercó a
la pareja y le dijo a la chica sin el menor reparo:
—¡Tan ciega eres que no te das
cuenta de la cara de monstruo que tiene este burro!
—¡Punnn! —sonó el puñetazo que
le propinó Pablito al borracho, quien cayó sobre una silla haciéndola trizas.
Después de eso, la sangre
enardecida de los Montescos y los Capuletos, o más bien, sachacas y huaranguillos,
afloró como en luna llena, convirtiéndose la fiesta en un rin de box que se
extendió hasta la calle y hacia todos lados, sacándose el ancho burros y brujos
en una trifulca que sólo pudo terminar en la chacra del Maravillas, donde, por
fin, se separaron los dos bandos, casi al bordear las tres de la mañana.
—¡Te dije, Pablito!, ¡no te
metas con la huaranguilla, esos cojudos son unos malditos pendencieros! —decían
el Mocho y el Chuzo, que venía con la camisa toda raída y ensangrentada.
La pandilla de Sachaca estaba
formada por siete amigos que se fueron distanciando, tomando cada uno un rumbo
diferente. Pero atrás se quedaron el “loco” Pablito con el Lucho Portugal, que
traía una botella de trago y que decidieron terminar de tomar sentados en una
puente de sillar en la acequia que va a Huaranguillo. Hubieron conversado,
cantado y reído por media hora, cuando de pronto Lucho dijo casi entre dientes:
—¡Mira!, ¡mira!, ¡una
chanchita!
Los dos se levantaron y
caminando a hurtadillas se acercaron a un “ccallaccas” donde estaba hociqueando
la “cuchecita”. Haciéndose señas entre los dos, decidieron saltar para
pescarla, pero la chanchita corrió ligeramente metiéndose entre los sauces,
para luego atravesar un cebollar y perderse finalmente en un inmenso alfalfar
donde ambos amigos se tuvieron que separar para encontrarla.
Pablito sigiloso, después de
caminar sin hacer ruido, la vio comiendo alfalfa ya casi cerca de un maizal.
Sagas, tal y como él se caracterizaba en el Unión Sachaca cuando tapaba la
pelota en el arco, cogió la casaca en sus manos y se lanzó en una volada que
terminó por capturar —cual balón de fútbol— a la chanchita que, de pronto, se
hizo más grande y larga, y que se movía como una sirena que quería escapar.
—¿¡Queeé!? —dijo impresionado
Pablito, tirándose hacia atrás, cuando destapó a la chanchita.
Era la hermosa Yolita Begazo
totalmente “desnuda”.
—¡Tápame!, ¡tápame, por
favor!, —decía Yolita mientras se acurrucaba de frío.
El loco Pablito, enmudecido por
la impresión, la abrazó con su casaca, preocupado por el fuerte frío que hacía.
—¡Excelente! —gritó el Lucho,
que salía de la oscuridad y aparecía a la carrera frente a Pablito, a quien
encontró que estaba con la presa envuelta en la casaca negra.
—¡La atrapaste! —volvió a
gritar emocionado.
Pero como Pablito sabía que
era Yolita, y al notar que gruñía fuertemente, la soltó con la intención de que
se vaya, lo que enojó grandemente a Lucho.
—¡Eres un imbécil! —dijo Lucho
mientras la chanchita se metía al maizal— ¡Si ya la tenías!, ¿por qué no la
agarraste bien?
Los dos amigos regresaron sin
pena ni gloria a Sachaca completamente mudos: Lucho, molesto porque hubiera
querido “embernarla” para comérsela; y Pablito, feliz por haber liberado a su
amada Yolita, a quien descubrió que era una hermosa brujita —al igual que
Samantha de “Hechizada”— y además la pudo ver desnuda como Dios la trajo al
mundo.
El loco Pablo, arquero del
Unión Sachaca, durmió el resto de aquella hermosa noche con la sonrisa más
grande que jamás tuvo.
Fue un sábado de verano en que
Yolita tenía que venir a la ansiada cita que concertaron en aquella fiesta de
carnavales y que se llevaría a cabo en el estanque a las dos de la tarde.
Pablito llegó una hora antes y estaba convencido de que la huaranguilla jamás
llegaría, quizás abochornada por el incidente del alfalfar, y por ello sólo
quiso cumplir, aunque no dejaba de pensar en ella. Estaba perdidamente
hechizado.
Pasó media hora de que no
llegaba y, ya cansado de estar sentado en un tronco de eucalipto, Pablito
decidió retornar a Sachaca por el camino de Pampa de Camarones, cuando a lo
lejos escuchó un grito que le susurró dulcemente a los oídos:
—¡Pablitooo! —era Yolita,
aquella misma sirena que abrazó en el alfalfar
Al voltear se encandilaron sus
ojos. Venía con un vestido rojo muy bonito y un saco blanco.
Pablito se quedó inmóvil y
sólo pudo mover la mano y hacerle señas. Pronto la tenía frente a él.
—¡Hola!, ¿bailamos? —dijo
bromeando con una coqueta voz que derritió a Pablito.
Los dos, enamorados, caminaron
de la mano en una hermosa tarde, subiendo y bajando lentamente por las calles
de Pampa de Camarones. Hablaron de todo: de los carnavales, de la noche del
baile, de la bronca, pero ninguno de los dos tocó el tema del alfalfar, por lo
menos Pablito así lo creía.
Yolita quería saberlo todo:
—Te he visto tapar en el Unión
Sachaca y me gusta cómo lo haces. Eres mi ídolo —dijo Yolita mientras lo
abrazaba de la cintura.
Pablito, en cambio, enamorado
como un loco y hechizado de su sonrisa, le hablaba de muchas cosas, pero sin
poder evitar, en todo momento, desnudarla con la mirada.
—Quiero verte todos los días
—dijo Pablito.
—Yo también —contestó Yolita—
pero menos los “martes” y “viernes”.
—¿Por qué? —replicó Pablito.
—Vienen mis tías de
Huacucharra y no puedo salir.
Pablito comprendió, pero se
quedó con la duda. Así caminaron de regreso hasta Huaranguillo donde Yolita le
señaló la casa donde vivía y se despidieron.
Pablito esperó a que su amor
hechicero abra su puerta y entre, para retirarse.
Así pasaron algunos meses
hasta que, intrigado por la constante ausencia de Yolita los “martes” y “viernes”,
decidió indagar un día de octubre por la noche en que, al bordear las doce, el
“loco” Pablito se aproximó a dicha casa por el patio trasero.
Era raro caminar por allí.
Había una pequeña huerta en la que aparecían, hacia la calle, varios árboles,
principalmente molles, huarangos e higos. Trepó la pared de adobe y pronto
estuvo dentro.
—¡Mierda! ¿qué está pasando?
—dijo Pablito al distinguir el interior de la huerta.
Había seis mujeres hermosas,
entre ellas Yolita, que, desnudas totalmente, bailaban alrededor de una fogata
un baile cadencioso y sensual que se asemejaba a una danza “sioux”. De un pomo
brillante extrajeron, cada una, una crema que se untaron en todo el cuerpo,
luego de lo cual se montaron en sus escobas y tras encenderse una vela —como en
la danza del Alcatraz— gritaban una frase que las hacía impulsarse hacia los
aires:
—¡¡¡Con el diablo y Santa
Cachucha a huaccaccáaar…!!! —y salían, una tras otra, volando sobre su escoba.
Pablito sorprendido, más que
asustado, al ver que ya habían despegado las seis mujeres hermosas, ingresó a
la huerta y corrió a coger el frasco con la extraña crema. Se encalató, se untó
la piel, tal y como lo hicieron ellas y, tras montarse en un palo y prenderse
con un carboncillo, salió disparado hacia los aires. Pablito gritó de emoción:
—¡¡¡A huaccaccáaar! —y
despegó.
Su vuelo duró como cinco
minutos en los que podía ver, desde el cielo estrellado, las calles, los
corrales, algunas casas, la plaza de Sachaca y el río. No sentía frío, más bien
sí una gran placidez, como la de un sueño profundo.
Pronto se acabaría el viaje,
pues el palo empezó a caer velozmente, precipitándose sobre un arenal donde se
estrelló y se enterró en la arena. Al incorporarse pudo distinguir, a unos
treinta metros de él, cómo en una pequeña explanada, las seis mujeres seguían
bailando, pero esta vez en torno a un hombre de color rojo, con cachos y
horquilla. Era el diablo que se banqueteaba deificado por las hermosas
doncellas —las brujas de Huaranguillo— que danzaban cantando:
—¡Qué rico está!, ¡qué rico
está!, …
Un olor a azufre se sentía por
doquier. Pablito, ahogado por el fétido hedor, no pudo evitar echar un grito de
asco:
—¡Aggg…!, ¡pofff…!
Todos voltearon a mirar hacia
el loco Pablito: El diablo se desvaneció rápidamente, las brujas alzaron en
vuelo gritando:
—¡¡¡Con el diablo y Santa
Cachucha a huaccaccáaaar!!!
Todos desaparecieron en un
santiamén, menos Pablito que se quedó profundamente dormido y tapado con un
pellejo que se encontró cerca de un estanque.
Al otro día —miércoles—,
cuando el sol rebuznó rápidamente, dos chacareros de la Pampa del Cusco, a una
legua de Huaranguillo, encontraron a Pablito, calato y tiritando de frío, en un
arenal cerca del estanque de Huacucharra, insólitamente abrazado de un
pestilente burro muerto que lo abrigó toda la noche y lo salvó de morir con
pulmonía.
Nadie se explica hasta hoy, ni
el mismo Pablito, cómo diablos llegó hasta allí el “loco”, el arquero del Unión
Sachaca, que un día se fue a Huaranguillo a espiar a su enamorada y terminó
calato en el arenal de Huacucharra.
Como colofón de esta ilusa
historia, ahora sí se entiende claramente el porqué el “Brujo Mayor de
Huaranguillo” dice que “los Norteamericanos no fueron los primeros que llegaron
a la luna, sino que fueron las Huaranguillas quienes ya antes estuvieron allí”.
Arturo García, 1987
muy buena!!
ResponderEliminarBuen cuento me gustaría leer otras narraciones similares
ResponderEliminarBuenaza
ResponderEliminarSiempre había oído hablar de las brujas de Huaranguillo pero nunca leí una historia así...A de ser cierto....
ResponderEliminarArturo Garcia magnifico exponente de la musica y tradiciones de Sachaca y mejor pue de Huaranguillo en donde ahora existen brujitas ultimo modelo Tambien es gran interprete de la Musica de mi padre BENIGNO BALLON FARFAN , que la escuchaba en audiciones de Radio SanMartin , espero que vuelvan estas audiciones de Gran Sintonia Hasta pronto soy su amigo Reynaldo Ballon Medina
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